La semana pasada hablé sobre la ausencia de la palabra destino en La máquina de febrero -en realidad de la sensación que tenía que Yamila Bêgné prescindió de esa palabra- en una novela que habla justamente sobre el tiempo. Hoy quiero hablar sobre algo que sí se menciona constantemente: el amor. Pero no, no va a ser un mail cursi, porque en realidad de lo que quiero hablar es del amor como una fuerza de destrucción.
***
Paréntesis: estuve escuchando esta canción, en loop, mientras escribía el guión del mail.
***
Se me ocurría que podía ser el argumento de una novela de ciencia ficción. Es pleno día, las nubes parecen incendiarse en un atardecer prematuro. Las cabezas giradas hacia arriba. Todo es incertidumbre, incomprensión. Desconcierto. Miradas que intentan entender qué es lo que está pasando. Hasta que aparece, entre las nubes, algo metálico que empieza a ganar forma y tamaño. Pronto no quedan dudas: una nave está aterrizando. Se abre la compuerta. Seres como nosotros descienden, despacio. Solo que no son exactamente como nosotros. Son más altos, de alguna manera, más armónicos; tal vez -pero quizás solo sea el miedo o el color que todavía tienen las nubes- más plateados. Se detienen. Silencio. Parecen mirarnos a todos a la vez. Hasta que una voz -que no se sabe de dónde sale- llega clara, cristalina, inteligible.
-¿Dónde está el amor?
Y ahí comienza el exterminio.
Luego, en la novela, nos enteraríamos que la única posibilidad de perpetuarse en la existencia es la de prescindir del amor: la única e inequívoca fuente de todos los males. Los mundos que han logrado la paz son los mundos en los que el amor se ha erradicado. Aquellos que aún conservan este sentimiento son un peligro. Sin amor no hay guerra, no hay nada por lo que luchar.
Al final el amor terminaría propagándose, como un virus, a los invasores. Pero al terminar de leer el libro quedaría la ambigua sensación de no saber si es un final feliz.
***
Ok, puede que me haya ido un poco por las ramas.
***
A lo que voy con este extraño ejercicio imaginativo es que me parece que a veces está bueno buscar qué ideas hay en los libros que leemos, tomarlas en la mano, darles vueltas y jugar con ellas.
Ya sé, en La máquina de febrero no hay alienígenas invadiendo nuestro planeta. Pero sí creo que está presente la idea de que el amor puede ser una fuente de dolor y daño. En Julia el amor es abandono, ausencia. Es el vacío que deja el amor cuando se retira y de lo que somos capaces de infligirnos. En Mirna el amor son las garras con las que nos aferramos a algo que no somos capaces de soltar, el mal que causamos en nombre de eso que decimos amar.
Es un ejercicio de la imaginación, repito. No importa si esas ideas no están en el libro, porque en realidad no están en los libros, están en las lecturas, y por eso podemos hacerlas propias.
***
En julio de 2018 Yamila Bêgné participó del ciclo "Siga al conejo blanco" y leyó un fragmento de la novela. La estaba escribiendo todavía, así que es un poco como una ventana al pasado, cuando todavía era un borrador.
***
Este fue el último mail sobre La máquina de febrero. El domingo que viene voy a armar un mail con los subrayados que me estuvieron mandando. Si todavía no lo hicieron, tienen unos días más para mandármelos. Pueden ser de cualquiera de los libros que leímos en el club (los pueden mandar tipeándolos o sacándole una foto al libro).
***
Recuerden que en junio vamos a leer El gran despertar de Julia Armfield, publicado por Sigilo. En nuestra web pueden ver las próximas lecturas que tendremos en el club, hasta septiembre.
Nos vemos el domingo en la bandeja de entrada.
Abrazo
Sebastián Lidijover